Fidelidad a la celebración de la EucaristíaUn tema importante y que afecta con frecuencia de modo directo a muchos fieles laicos es el hecho de encontrarse ante ciertos modos de celebrar la Misa o la Eucaristía que no guardan fidelidad a lo que la Iglesia prescribe. Esto es propiamente un abuso del sacerdote celebrante sobre el que de modo insistente la autoridad de la Iglesia ha venido llamando la atención de forma continua.
Sucede que después de la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II comenzaron a darse, por desgracia, numerosos abusos en materia litúrgica totalmente contrarios a lo que el mismo Concilio señaló y las normas litúrgicas establecieron después.
Vamos, por tanto a dedicar varios post a señalar los abusos más frecuentes que aún se sigen dando en las celebraciones de la Misa. Tengamos en cuenta que la Eucaristía no es propiedad del sacerdote celebrante, ni de la comunidad que celebra sino un “bien común” de toda la Iglesia y que en el cuidado y fidelidad al modo como hemos de tratar este “bien común” estamos todos implicados. Y así, a este respecto decía Juan Pablo II: « No podemos, ni siquiera por un instante, olvidar que la Eucaristía es un bien peculiar de toda la Iglesia. Es el don más grande que, en el orden de la gracia y del sacramento, el divino Esposo ha ofrecido y ofrece sin cesar a su Esposa. Y, precisamente porque se trata de tal don, todos debemos, con espíritu de fe profunda, dejarnos guiar por el sentido de una responsabilidad verdaderamente cristiana. Un don nos obliga tanto más profundamente porque nos habla, no con la fuerza de un rígido derecho, sino con la fuerza de la confianza personal, y así —sin obligaciones legales— exige correspondencia y gratitud. La Eucaristía es verdaderamente tal don, es tal bien. Debemos permanecer fieles en los pormenores a lo que ella expresa en sí y a lo que nos pide, o sea la acción de gracias» (Carta Domenicae cenae, 1980, n. 12).
Por eso es por lo que tanto los sacerdotes como los fieles laicos deben de respetar lo que el Concilio Vaticano II estableció y ser responsables en el modo de celebrar la Eucaristía sin añadir o suprimir por iniciativa propia lo que está establecido: «Además debemos seguir las instrucciones emanadas en este campo de los diversos Dicasterios: sea en materia litúrgica, en las normas establecidas por los libros litúrgicos, en lo concerniente al misterio eucarístico, y en las Instrucciones dedicadas al mismo misterio» (Carta Domenicae Cenae, 1980, n. 12).
Especialmente grave es la responsabilidad del sacerdote celebrante que en no pocas ocasiones parace considerarse como dueño y propietario de la celebración inventándose dinámicas que parecen hacer más atractiva la Eucaristía y lograr un mayor efecto, pero que no dejan de ser, además de disparátes litúrgicos, un excesivo afán de protagonismo que está fuera de lugar y una consideración clerical de la Eucaristía, como si se tratara de “su” Eucaristía y olvidando que la Eucaristía es de todos y que nadie puede apropiarse de ella para celebrarla según su antojo. Sobre esto, Juan Pablo II en el lugar ya citado tiene palabras muy claras y fuertes: «El sacerdote como ministro, como celebrante, como quien preside la asamblea eucarística de los fieles, debe poseer un particular sentido del bien común de la Iglesia, que él mismo representa mediante su ministerio, pero al que debe también subordinarse, según una recta disciplina de la fe. El no puede considerarse como «propietario», que libremente dispone del texto litúrgico y del sagrado rito como de un bien propio, de manera que pueda darle un estilo personal y arbitrario. Esto puede a veces parecer de mayor efecto, puede también corresponder mayormente a una piedad subjetiva; sin embargo, objetivamente, es siempre una traición a aquella unión que, de modo especial, debe encontrar la propia expresión en el sacramento de la unidad» (Ibidem).